domingo, 10 de julio de 2011

Transformers 3, por dos


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Por Redacción VOS 09/07/2011 21:50
Metales estéticos. Por Ramiro Ortiz
Si me tocara defender Transformers 3: el lado oscuro de la Luna ante un tribunal, haría hincapié por ejemplo en el diseño de producción de la película, donde se resalta el perfil tecnológico de los extraterrestres mecánicos que quieren invadir el planeta Tierra.
A muchos espectadores Transformers 3 les gustó menos que las dos anteriores. Incluso, el filme puede que haya perdido un poco de su prestigio por el gif (un formato gráfico animado propicio para ser visto en la Web) que apareció primero en Internet y luego pasó a los informativos de la televisión nacional. Allí se ve una escena de una película anterior, posiblemente La isla, del mismo director Michael Bay, que fue reciclada para volver a usarla en Transformers 3.
A algunos este descubrimiento les hizo reafirmar sus diferencias con el realizador norteamericano, para otros lo reacomodó en su escala de preferencias. Sin embargo, dudo que a alguien haya dejado de gustarle Transformers por ese motivo. El razonamiento es simple. Si te gusta comerte un helado de frutilla, el segundo también te va a gustar. Y el tercero. A lo sumo al tomar este te sentirás un poco satisfecho y no lo disfrutarás como al primero. O elegirás no comerlo, pero sin criticar su sabor.
Transformers 3 da un trato de excelencia a todo lo referido a diseño tecnológico y en esto se supera a sí misma en relación con los dos capítulos previos. Ver a los Decepticons y a los Autobots mutar en automóviles, camionetas y camiones, y viceversa, es un espectáculo dentro del espectáculo que hasta deja gusto a poco.
Hay también una escena descomunal, que es el gigantesco quiebre en dos y posterior colapso de un edificio vidriado con los protagonistas adentro, que empareja lo muy bueno en cuanto a cine catástrofe que ha dado Michael Bay en la previa.
Sin embargo, el look de los robots es el valor agregado de una película que, aunque no tenga el magnetismo de las anteriores, se deja ver sin problemas. Aun cuando la enorme pantalla está ocupada al ciento por ciento por brazos o torsos de metal que se ensamblan, desacoplan, extienden y reubican, las imágenes siguen siendo estéticas, como si se mirara un cuadro abstracto con volúmenes metálicos de gran belleza.
Transformate en algo interesante. Por Emanuel Rodríguez
Pensada para los adultos que seguimos siendo niños y que fuimos educados en la fantasía de que las cosas podrían tomar en algún momento vida propia, la primera parte de esta saga resultó ligeramente divertida: había un desafío visual, una cierta intriga por saber cómo sería la versión lata y hueso de los Transformers, que habían sido muñequitos antes y dibujitos animados después.
La segunda parte ya mostró lo decepcionante que puede ser volver con insistencia a la infancia, y Transformers 3 es una de las pocas películas infanto-nostálgicas que te provoca la sensación contraria al deseo de volver a ser niño. Después de tanta chatarra chocando en medio de la destrucción masiva, lo que querés es envejecer y que te internen en un geriátrico con garantía de que jamás volverás a escuchar el gritito histérico de Sam (Shia LaBeouf) cada vez que cree que está a punto de morir entre paisajes y personajes digitalizados.
Es cierto que la cultura pop es híbrida, pero no toda mezcla es necesariamente pop, o en todo caso no todo el pop es necesariamente interesante: Transformers 3 mezcla autos caros con megabatallas entre robots, con música heavy grandilocuente, con las curvas inmaculadas de una mujer bellísima, siempre limpia y bien peinada –¿por qué una explosión resulta fatal para un Decepticon pero no provoca efecto alguno en el pelo ni en la remerita de Rosie Huntington-Whiteley?–, y el resultado está, paradójicamente, mal ensamblado. Si la película misma fuera un transformer, pasaría de un estado a otro con demasiadas complicaciones, con partes que sobran por todos lados.
John Turturro trata de salvar al mundo recordándonos que hay que reírse de estas pavadas, pero el resto del elenco no le sigue el juego: a la media hora sus caras de extrema preocupación cansan demasiado y uno ya prefiere que lo robots malos se apoderen del mundo porque tienen al menos un poco más de gracia.
Por último, que un relato catástrofe privilegie el derramamiento de aceite por sobre el de sangre –los humanos apenas si reciben raspones sensuales– es una traición poco inteligente al género, una apuesta al ruido y a la sobrecarga visual que deja de lado la posibilidad de contar una buena historia.

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